0674 22 Junio 2001
 
 
 
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"El caso de Angelita Romero"

de Ricardo Ojanguren Urdañez


       El pasado día 5, en el Salón de Alcaldes del Ayuntamiento de Logroño, se hizo público el fallo del Jurado del XVI Premio de Narración Breve ‘De Buena Fuente’, dedicado este año a la calle Laurel.
        El Jurado, presidido por Mar San Martín concejala de Cultura, e integrado por Francisco Burgos y Carmen Fernández, en representación de la Fundación Caja Rioja; y por Pablo Alvarez y Marta Ramírez, periodistas, decidió conceder los siguientes premios entre los setenta originales presentados:
        Primer Premio, dotado con 250.000 pesetas, al relato titulado: ‘El Caso de Angelita Romero’, de Ricardo Ojanguren Urdañez.
        Segundo Premio, dotado con 100.000 pesetas, al relato titulado: ‘El extranjero’, de Eugenio Sáenz de Santa María Cabredo.
        Accesit, dotado con 25.000 pesetas, al relato ‘Un personaje de la calle Laurel’, de Javier Alonso Benito.
        Accesit, dotado con 25.000 pesetas, al relato ‘Oído plancha’, de José Manuel Calzada Calzada.
        Accesit, dotado con 25.000 pesetas, al relato ‘El crimen de Charly’, de Jorge Elías Palacios.
        Accesit, dotado con 25.000 pesetas, al relato ‘Tapas de amor y pan’. de Carmen Martínez Lasanta.


       Qué voy a saber yo, señor juez, qué voy a saber yo. Sólo puedo decirle que era una bendita, una santa y, ¿cómo quiere que sepa yo quién degüella a los santos? Si nunca se metió con nadie, de sus fogones a sus misas, de sus sartenes al rosario y de su casita al trabajo, ¿cómo voy a saber yo, señor juez, cómo lo voy a saber?
   
        Llegó a Logroño, no sé, allá por el setenta y ocho poco más o menos. Era una moza flamenca, ya sabe usté, buenos andares y buena pechera. Creo que venía de Arnedo, o de Autol, no me recuerdo.

        Lo cierto es que traía toda la gracia de La Rioja Baja en los delantales. No probará usté nunca, señor juez, menestra como la que se trajo la Angelita de Arnedo, o de Autol, que ya le he dicho yo a usté que no me recuerdo exactamente de dónde vino.


        Mire señor juez, el secreto no estaba en las verduras, aunque también, que compraba las mejores en la calle del Peso, en lo de Pedro; el secreto, señor juez, si lo sabré yo, estaba en el sofrito: dejaba rehogarse los ajitos una miaja, pero sólo una miaja, que así no daba tiempo a que espesara la harina y aquello quedaba como una gloria, que parecía nieve sobre las pencas de acelga; y las alcachofas las cocía aparte, con el zumo de medio limón, ya sabe usté, para que no se pongan negras, que de comer una alcachofa tinta a comerla de su color parece otra cosa; y también ponía unas almendras majadas que le daban toda la gracia porque al comerlas con el jamón mezclaban lo seco con lo salado y lo duro con lo blando y ya sabe su señoría lo que nos gustan estas mezclas a los hombres, que en la mesa y en la cama hay que juntar los extremos para que haya de todo.


        Y de segundo se trajo de Arnedo o de Autol, que ya le he dicho que a ciencia cierta no sé de dónde vino, unas gordillas con tomate como no habrá probado en su vida. Mire usté, mi señora, que en gloria esté, me las puso mil veces pero ni punto de comparación. Y es que la Angelita las bordaba en la fregadera, porque el secreto de las gordillas, señor juez, está en limpiar bien las tripas porque la salsa, como usté podrá entender, no tiene ningún secreto: un poco de tomate y unos trocitos de panceta y chorizo si se quiere uno esmerar, pero si no están bien limpias, ni aunque les eches oro molido, que se lo digo yo, señor juez, ni aunque les eche su señoría oro molido...
       
        Y así con esto empezó la Angelita en la cocina del Taza y en cuatro días lo llenó, que de ser un bar de mala muerte pasó a ser la mejor mesa del Laurel. Y sus jefes tan contentos, que nunca habían hecho mejores duros y tan bien ganados.
       
        Así era la Angelita, señor juez, así era. Y maja chica, bueno, maja cuando llegó porque ahora ya estaba un poco ajada, que pasaba de largo los cincuenta y los años y las tarteras pasan factura. Pero cuando llegó, que andaría por los treinta, digo yo, tenía buena planta, aunque de cara no fuese nada del otro jueves.
        Aún me recuerdo cuando entraba por la mañana a comprar el pan y nos decía: ¡De qué se quejarán ustedes, si están en el Paraíso!, porque así se llama el horno donde he trabajado toda mi vida, señor juez, el Paraíso, que está en San Agustín, ya sabe, a la vuelta del Laurel. Y yo me pensaba para mis adentros, contigo sí que iba a estar yo en el Paraíso, y en el Cielo y en el Infierno, y donde tú quisieras muchacha; y el Enrique, que me conocía bien, se reía al verme porque sabía lo que pensaba aunque yo no abriese la boca. Y así día tras día: la Angelita diciendo que si lo bien que se estaba en el Paraíso y el Enrique con su risa boba, que ahora me digo yo que él pensaría lo mismo porque vivía solo con su madre y andaba de mujeres más que justo.


        Pero fuera de estas tonterías que le quede claro a su señoría que ni trato, que la Angelita nunca dio pie a nadie y no porque no tuviera con quien sino porque no le iba aquello de andar con hombres. Aún me recuerdo como le tiraba los tejos Agustín Morales que fue presidente de La Rondalosa por aquellos años. Agustín había enviudado no hacía mucho y era hombre de buen ver y mejor mirar, ya sabe usté, de los que le gustan a las mujeres: que si la raya del pantalón en su sitio, que si el nudito doble en la corbata y el masaje Varon Dandy para el recién afeitado. Y el Agustín le decía de todo, que si yo a ti te quito de fregar platos cuando tú me lo pidas, reina, que si a ver por qué tienes que hacer comida para veinte cuando puedes hacerla para uno solo, que si se estará mejor en la cocina del bar que en la de mi casa, ... pero ella como si nada: le ponía su vinito y su platito de boquerones en vinagre y seguía cantando bajito mientras limpiaba el mármol del mostrador y, ¡ay!, que se me quema la tortilla, y se metía corriendo a la cocina dejando al Agustín con la palabra en la boca.
       
        ¡Y qué tortilla, señor juez, qué tortilla! Ahora dicen que si la del Mere es la mejor pero es porque no se acuerdan de aquélla, que aquélla tenía usía. Mire usté: las patatas bien picaditas y en su punto, ni crudas ni muy pasadas, el huevo bien cuajado pero sin aceitarse, la cebollita picada y el puntito de picante en su sitio para el que lo quisiera, que los estómagos que se lo podían permitir lo recibían encantados para que abriese mejor camino a un buen chaparrazo de tinto.
       
        Usté señor juez no puede entender del todo lo que le estoy contando porque, ¿de dónde me ha dicho su señoría que viene? ¿De Valencia? Bueno, el caso es que también la suya es buena tierra de verduras y mejor de naranjas y de arroces pero, señor juez, no me vaya usté a comparar... y ya sabe su señoría que yo le digo esto sin ánimo de ofender.
       
        Así fue como conocí a la Angelita, y de esto hace más de veinte años. Y ahora mire usté, ahí la tiene, en lo de Pastrana esperando a que alguien la llore.
        La verdad es que se te revuelve el hígado cuando piensas que alguien ha podido hacerle algo así a una mujer como ésta. ¿Quién podía quererla mal si en su vida rompió un plato?
       
        Ahora dicen que si en el Matute tuvo de las suyas. ¡De qué, su señoría, de qué! En el Matute pasó lo que pasa a veces en los corrales, que dos gallos mal se llevan. Mire usté, señor juez, cuando la Angelita se cambió del Taza al Matute más de uno dijimos que allí duraba dos días. Andaba por la cocina del Matute la Ana Lourdes pero como ella sola no podía atender fogones y mesas, se buscaron a la Angelita para que ayudase dentro. Y claro, lo que tenía que pasar, pasó: la Ana Lourdes que si estas alubias se te han quedado duras, que si estos callos están deslavados, que si se te ha ido la mano con la sal en el corderito al chilindrón, y la Angelita que no, que todo estaba en su punto menos el gusto de la otra y así las dos, que si tú seis y yo media docena...
       
        Y duró pues lo que tenía que durar, el cantar de un vizcaino, que ya le digo yo que dos gallos en el mismo corral ...


        Y la Ana Lourdes se quedó con el Matute y a la Angelita se la rifaron por toda la calle, que más de tres novios le salieron. Pero al final se marchó al Donosti con el Juanito y allí estuvo rebozando orejitas más de tres años. Que aquello no era rebozo señoría, que aquello parecían puntillas de Lagartera. Morder las ternillitas de aquellas orejas, blandas como rostrizo, era morder teta de novicia, con perdón. Además, el Juanito te las ponía con un pimientito verde en aceite, entre pan y pan, y no le hará falta que le diga de donde sacaba los bollos candeal, que se los llevaba del Paraíso a cestos. Así que, lo dicho, una bendición del cielo aquellos bocados. Y media Plaza de Abastos se juntaba allí, con las orejitas y con los embuchados, que también llevaban fama. Pescateros, verduleros y carniceros se juntaban a media mañana detrás de aquella barra, y también los tratantes que bajaban de Cameros y templaban el cuerpo con aquellos manjares. Y el Juanito tan contento viendo en su casa más negocio que en la de Arzak.
       
        Pero con los nuevos tiempos, a las cuadrillas de siempre del Laurel se les empezó a pegar la juventud. Aunque le parezca mentira, señor juez, por estos bares empezaron a caer jóvenes como moscas y la calle, de ser un sitio de encuentro para los del Logroño de siempre, comenzó a llenarse de veinteañeros que al principio no sabían ni coger el chiquito con la mano. Y comenzaron a abrirse sitios nuevos y comenzaron a pagarse buenos sueldos para los profesionales del fogón.


        Y en poco tiempo la Angelita cambió de dueño más que un duro de plata: que si el Villa Rica, que si la Simpatía, que si el Blanco y Negro y sus boquerones en vinagre, que si el champiñón del Soriano, que dicen que la salsa que aún les ponen a los champis se la trajo ella de La Rioja Baja y allí la dejó para siempre jamás, que ya le habrán dicho a su señoría que no habrá en España mejor champiñón que el que se saca de Ausejo, Pradejón y Autol, porque si no fue la Angelita la que les dejó esa gloria, usté me dirá de dónde habrán sacado en Soria tal arte para poner a la plancha esos hongos. Eso sí, venga de Soria o venga de Ausejo, ¿ha probado usté señoría los champis del Soriano? ¡Ay, Dios mío! ¡Y luego hablan los andaluces del jabugo!
       
        Y de aquí, ya a última hora, como lo suyo era subir la calle, acabó en el Lorenzo, pero no en el del Laurel de los agustinitos, sino en el Restaurante de San Agustín, frente por frente del Soldado de Tudelilla que, por cierto, hizo la mili en Recajo con mi abuelo Sixto.
       
        Y allí, en el Lorenzo, es donde dejó esta bendita toda su sabiduría. No sé si habrá comido su señoría en esa casa, quizá no porque como ustedes van a gastos pagados igual ha preferido sitios más caros. Pues si así ha sido, permítame que le diga, con todos los respetos, que si usté no ha subido las escaleras del Lorenzo en tiempos de la Angelita ni sabe lo que es bueno ni tiene perdón de Dios.


        Se empezaba con unas patatas con chorizo, que dicen que es plato sin secreto pero algo tendría cuando nunca lo he probado igual, con sus caracoles y sus tajadas de cordero, su choricito, su guindillita y su pimentón y unas hojitas de laurel y de tomillo que le daban un aroma que había quien con olerlo quedaba saciado.
        Y después, para seguir con menú de pobre, un chicharrito que yo le digo que en ningún sitio de España se ha comido chicharro como aquél.
        Dicen que también el besugo tenía usía pero yo eso no lo puedo jurar porque el sueldo de panadero no me ha permitido firmar en esta vida ciertos certificados. Pero algún chicharrito sí ha caído y le digo a usté, su señoría, y le recuerdo que estoy hablando bajo juramento, que no ha habido cosa igual en todo el mundo. Hasta las raspas se podía uno comer de lo blandas que estaban. Y los lomos salían enteros, con sus ajitos, con su vinagrito, con ese punto de asador que sólo la Angelita les sabía dar. Que se lo digo yo, señor juez, que conozco el caso de alguno que vino de fuera a comer y tanto le gustó que se quedó a la noche para repetir. Y hasta de Bilbao vinieron a probar aquel manjar y sé yo de buena tinta que una oferta cojonuda, usté me disculpe, le llegó a la Angelita del botxo pero ella, ¿a dónde iba a ir con cincuenta y tantos? Si se hubiera marchado a Bilbao igual hoy la teníamos en la Tele como al Arguiñano...
       
        Así que con este curriculum, ¿cómo voy a saber yo quién degolló a la Angelita? Si sólo pensarlo se me pone la carne de gallina, toque, toque usté señoría, que aunque tengo la piel acostumbrada al calor del horno, aún se me erizan los pelillos con estos sofocones ...
       
        Le repito señor juez que no sé a qué viene todo esto, que lo que tenía que decir ya lo dije y todo lo que yo sabía ya lo tendrá bien apuntado su escribiente en sus papeles. Que le juro que lo dicho es toda la verdad que yo le puedo contar, sin poner ni quitar ni una coma.


        Por eso le digo yo a su señoría que no sé a qué viene ahora que me pregunte que dónde estaba yo aquel día o que si conocía la casa de la Angelita ...
       
        De acuerdo, señor juez, usté gana. Sí que conocía y bien la casa de la Angelita pero es que cuando uno es muy hombre no sé que tiene de malo frecuentar la casa de una mujer porque eso, que yo sepa, no es faltar a nadie. Mire usté, no se lo dije antes porque no venía a cuento y porque callar la verdad no es mentir, pero si usté me lo pregunta ahora así, tan a bocajarro y con el juramento por medio, le diré que sí, que en más de una ocasión estuve en su casa y seguramente también aquel día porque, aunque no me recuerdo de las fechas exactas, sé que por aquel entonces coincidimos bastante. Pero sepa su señoría que de visitar a una mujer a degollarla va como de la noche al día y que yo le juro a su señoría que ni un pelo le toqué, bueno, quiero decir con violencia porque de lo otro, si usté me lo permite, prefiero no hablar, usté como hombre ya me entiende ...
       
        Que sí, que lleva usté razón..., después de lo dicho, ¿cómo le voy a negar a su señoría que mis huellas aparezcan en su cama, o en su cuarto de baño, o en su cuerpo, o, si usté me apura, en aquellos platos de perdiz escabechada que dice que quedaron a medias en la cocina?, porque, ahora que recuerdo, sí es cierto que por aquel entonces me preparó una perdiz divina en un par de ocasiones ... pero de eso a que yo sepa algo de su muerte, ¡por mis hijos se lo juro señor juez!, que no es lo mismo andar con una mujer que ser un criminal ...
       
        Y yo qué sé de todo eso. ¡Pregúntele usté al Agustín Morales! ¿Ya le han preguntado al Agustín Morales lo mismo que a mí? Mire su señoría que por aquel entonces el Agustín hacía guardia en los mismos cuarteles que yo y pernoctaba en las mismas garitas ... que le quiero decir a usté que si yo andaba con la Angelita, él no paraba muy lejos, que a saber si yo no me comía las perdices escabechadas que él dejaba, que en más de una ocasión me lo encontré en el portal yo subiendo y él bajando, y en la fregadera de la Angelita restos de platos y en su cenicero una Faria y ella no fuma, quiero decir, no fumaba ...
       
        ¿Y qué me dice su señoría, que el Agustín andaba por aquellas fechas en el Solymar de Benidorm? ¿Desde cuándo ha visto usté que el Agustín se apunte a los viajes del Inserso?
       
        No me venga con leches señor juez, si usté tiene que cumplir con su trabajo pues cumpla y punto, y detenga a cualquiera para que su expediente no tenga mancha y le saquen en la tele como al Garzón. Que a mí no me va a extrañar que lo mismo le dé jota que fandango, enchironar a un asesino o a un desgraciado como yo. Pero no me pida usté que diga cosas que no son, que en vez de hacerme hablar más le valdría mirarme a la cara y que me dijese a cuántos asesinos ha visto con estas ojeras su señoría. Si tiene que cumplir con su trabajo pues cumpla y punto, que a mí lo mismo se me da. ¿Qué voy a hacer yo por la calle sin la Angelita?
       
        Y el Agustín en Benidorm, a quién va a engañar este cabrón ...
       
        ¡Qué voy a saber yo, señor juez, qué voy a saber yo. Sólo puedo decirle que era una bendita, una santa y, ¿cómo quiere que sepa yo quién degüella a los santos? Si nunca se metió con nadie, de sus fogones a sus misas, de sus sartenes al rosario y de su casita al trabajo, ¿cómo voy a saber yo, señor juez, cómo voy a saber?

©Ayuntamiento de Logroño. Periodico Digital: DE BUENA FUENTE 2001