Lo cierto es que traía toda la gracia de La Rioja Baja en los
delantales. No probará usté nunca, señor juez, menestra como la
que se trajo la Angelita de Arnedo, o de Autol, que ya le he dicho
yo a usté que no me recuerdo exactamente de dónde vino.
Mire señor juez, el
secreto no estaba en las verduras, aunque también, que compraba
las mejores en la calle del Peso, en lo de Pedro; el secreto,
señor juez, si lo sabré yo, estaba en el sofrito: dejaba rehogarse
los ajitos una miaja, pero sólo una miaja, que así no daba tiempo
a que espesara la harina y aquello quedaba como una gloria, que
parecía nieve sobre las pencas de acelga; y las alcachofas las
cocía aparte, con el zumo de medio limón, ya sabe usté, para que
no se pongan negras, que de comer una alcachofa tinta a comerla
de su color parece otra cosa; y también ponía unas almendras majadas
que le daban toda la gracia porque al comerlas con el jamón mezclaban
lo seco con lo salado y lo duro con lo blando y ya sabe su señoría
lo que nos gustan estas mezclas a los hombres, que en la mesa
y en la cama hay que juntar los extremos para que haya de todo.
Y de segundo se trajo
de Arnedo o de Autol, que ya le he dicho que a ciencia cierta
no sé de dónde vino, unas gordillas con tomate como no habrá probado
en su vida. Mire usté, mi señora, que en gloria esté, me las puso
mil veces pero ni punto de comparación. Y es que la Angelita las
bordaba en la fregadera, porque el secreto de las gordillas, señor
juez, está en limpiar bien las tripas porque la salsa, como usté
podrá entender, no tiene ningún secreto: un poco de tomate y unos
trocitos de panceta y chorizo si se quiere uno esmerar, pero si
no están bien limpias, ni aunque les eches oro molido, que se
lo digo yo, señor juez, ni aunque les eche su señoría oro molido...
Y así con esto empezó
la Angelita en la cocina del Taza y en cuatro días lo llenó, que
de ser un bar de mala muerte pasó a ser la mejor mesa del Laurel.
Y sus jefes tan contentos, que nunca habían hecho mejores duros
y tan bien ganados.
Así era la Angelita,
señor juez, así era. Y maja chica, bueno, maja cuando llegó porque
ahora ya estaba un poco ajada, que pasaba de largo los cincuenta
y los años y las tarteras pasan factura. Pero cuando llegó, que
andaría por los treinta, digo yo, tenía buena planta, aunque de
cara no fuese nada del otro jueves.
Aún me recuerdo cuando
entraba por la mañana a comprar el pan y nos decía: ¡De qué se
quejarán ustedes, si están en el Paraíso!, porque así se llama
el horno donde he trabajado toda mi vida, señor juez, el Paraíso,
que está en San Agustín, ya sabe, a la vuelta del Laurel. Y yo
me pensaba para mis adentros, contigo sí que iba a estar yo en
el Paraíso, y en el Cielo y en el Infierno, y donde tú quisieras
muchacha; y el Enrique, que me conocía bien, se reía al verme
porque sabía lo que pensaba aunque yo no abriese la boca. Y así
día tras día: la Angelita diciendo que si lo bien que se estaba
en el Paraíso y el Enrique con su risa boba, que ahora me digo
yo que él pensaría lo mismo porque vivía solo con su madre y andaba
de mujeres más que justo.
Pero fuera de estas
tonterías que le quede claro a su señoría que ni trato, que la
Angelita nunca dio pie a nadie y no porque no tuviera con quien
sino porque no le iba aquello de andar con hombres. Aún me recuerdo
como le tiraba los tejos Agustín Morales que fue presidente de
La Rondalosa por aquellos años. Agustín había enviudado no hacía
mucho y era hombre de buen ver y mejor mirar, ya sabe usté, de
los que le gustan a las mujeres: que si la raya del pantalón en
su sitio, que si el nudito doble en la corbata y el masaje Varon
Dandy para el recién afeitado. Y el Agustín le decía de todo,
que si yo a ti te quito de fregar platos cuando tú me lo pidas,
reina, que si a ver por qué tienes que hacer comida para veinte
cuando puedes hacerla para uno solo, que si se estará mejor en
la cocina del bar que en la de mi casa, ... pero ella como si
nada: le ponía su vinito y su platito de boquerones en vinagre
y seguía cantando bajito mientras limpiaba el mármol del mostrador
y, ¡ay!, que se me quema la tortilla, y se metía corriendo a la
cocina dejando al Agustín con la palabra en la boca.
¡Y qué tortilla, señor
juez, qué tortilla! Ahora dicen que si la del Mere es la mejor
pero es porque no se acuerdan de aquélla, que aquélla tenía usía.
Mire usté: las patatas bien picaditas y en su punto, ni crudas
ni muy pasadas, el huevo bien cuajado pero sin aceitarse, la cebollita
picada y el puntito de picante en su sitio para el que lo quisiera,
que los estómagos que se lo podían permitir lo recibían encantados
para que abriese mejor camino a un buen chaparrazo de tinto.
Usté señor juez no
puede entender del todo lo que le estoy contando porque, ¿de dónde
me ha dicho su señoría que viene? ¿De Valencia? Bueno, el caso
es que también la suya es buena tierra de verduras y mejor de
naranjas y de arroces pero, señor juez, no me vaya usté a comparar...
y ya sabe su señoría que yo le digo esto sin ánimo de ofender.
Así fue como conocí
a la Angelita, y de esto hace más de veinte años. Y ahora mire
usté, ahí la tiene, en lo de Pastrana esperando a que alguien
la llore.
La verdad es que se
te revuelve el hígado cuando piensas que alguien ha podido hacerle
algo así a una mujer como ésta. ¿Quién podía quererla mal si en
su vida rompió un plato?
Ahora dicen que si
en el Matute tuvo de las suyas. ¡De qué, su señoría, de qué! En
el Matute pasó lo que pasa a veces en los corrales, que dos gallos
mal se llevan. Mire usté, señor juez, cuando la Angelita se cambió
del Taza al Matute más de uno dijimos que allí duraba dos días.
Andaba por la cocina del Matute la Ana Lourdes pero como ella
sola no podía atender fogones y mesas, se buscaron a la Angelita
para que ayudase dentro. Y claro, lo que tenía que pasar, pasó:
la Ana Lourdes que si estas alubias se te han quedado duras, que
si estos callos están deslavados, que si se te ha ido la mano
con la sal en el corderito al chilindrón, y la Angelita que no,
que todo estaba en su punto menos el gusto de la otra y así las
dos, que si tú seis y yo media docena...
Y duró pues lo que
tenía que durar, el cantar de un vizcaino, que ya le digo yo que
dos gallos en el mismo corral ...
Y la Ana Lourdes se
quedó con el Matute y a la Angelita se la rifaron por toda la
calle, que más de tres novios le salieron. Pero al final se marchó
al Donosti con el Juanito y allí estuvo rebozando orejitas más
de tres años. Que aquello no era rebozo señoría, que aquello parecían
puntillas de Lagartera. Morder las ternillitas de aquellas orejas,
blandas como rostrizo, era morder teta de novicia, con perdón.
Además, el Juanito te las ponía con un pimientito verde en aceite,
entre pan y pan, y no le hará falta que le diga de donde sacaba
los bollos candeal, que se los llevaba del Paraíso a cestos. Así
que, lo dicho, una bendición del cielo aquellos bocados. Y media
Plaza de Abastos se juntaba allí, con las orejitas y con los embuchados,
que también llevaban fama. Pescateros, verduleros y carniceros
se juntaban a media mañana detrás de aquella barra, y también
los tratantes que bajaban de Cameros y templaban el cuerpo con
aquellos manjares. Y el Juanito tan contento viendo en su casa
más negocio que en la de Arzak.
Pero con los nuevos
tiempos, a las cuadrillas de siempre del Laurel se les empezó
a pegar la juventud. Aunque le parezca mentira, señor juez, por
estos bares empezaron a caer jóvenes como moscas y la calle, de
ser un sitio de encuentro para los del Logroño de siempre, comenzó
a llenarse de veinteañeros que al principio no sabían ni coger
el chiquito con la mano. Y comenzaron a abrirse sitios nuevos
y comenzaron a pagarse buenos sueldos para los profesionales del
fogón.
Y en poco tiempo la
Angelita cambió de dueño más que un duro de plata: que si el Villa
Rica, que si la Simpatía, que si el Blanco y Negro y sus boquerones
en vinagre, que si el champiñón del Soriano, que dicen que la
salsa que aún les ponen a los champis se la trajo ella de La Rioja
Baja y allí la dejó para siempre jamás, que ya le habrán dicho
a su señoría que no habrá en España mejor champiñón que el que
se saca de Ausejo, Pradejón y Autol, porque si no fue la Angelita
la que les dejó esa gloria, usté me dirá de dónde habrán sacado
en Soria tal arte para poner a la plancha esos hongos. Eso sí,
venga de Soria o venga de Ausejo, ¿ha probado usté señoría los
champis del Soriano? ¡Ay, Dios mío! ¡Y luego hablan los andaluces
del jabugo!
Y de aquí, ya a última
hora, como lo suyo era subir la calle, acabó en el Lorenzo, pero
no en el del Laurel de los agustinitos, sino en el Restaurante
de San Agustín, frente por frente del Soldado de Tudelilla que,
por cierto, hizo la mili en Recajo con mi abuelo Sixto.
Y allí, en el Lorenzo,
es donde dejó esta bendita toda su sabiduría. No sé si habrá comido
su señoría en esa casa, quizá no porque como ustedes van a gastos
pagados igual ha preferido sitios más caros. Pues si así ha sido,
permítame que le diga, con todos los respetos, que si usté no
ha subido las escaleras del Lorenzo en tiempos de la Angelita
ni sabe lo que es bueno ni tiene perdón de Dios.
Se empezaba con unas
patatas con chorizo, que dicen que es plato sin secreto pero algo
tendría cuando nunca lo he probado igual, con sus caracoles y
sus tajadas de cordero, su choricito, su guindillita y su pimentón
y unas hojitas de laurel y de tomillo que le daban un aroma que
había quien con olerlo quedaba saciado.
Y después, para seguir con menú de pobre, un chicharrito que yo
le digo que en ningún sitio de España se ha comido chicharro como
aquél.
Dicen que también el
besugo tenía usía pero yo eso no lo puedo jurar porque el sueldo
de panadero no me ha permitido firmar en esta vida ciertos certificados.
Pero algún chicharrito sí ha caído y le digo a usté, su señoría,
y le recuerdo que estoy hablando bajo juramento, que no ha habido
cosa igual en todo el mundo. Hasta las raspas se podía uno comer
de lo blandas que estaban. Y los lomos salían enteros, con sus
ajitos, con su vinagrito, con ese punto de asador que sólo la
Angelita les sabía dar. Que se lo digo yo, señor juez, que conozco
el caso de alguno que vino de fuera a comer y tanto le gustó que
se quedó a la noche para repetir. Y hasta de Bilbao vinieron a
probar aquel manjar y sé yo de buena tinta que una oferta cojonuda,
usté me disculpe, le llegó a la Angelita del botxo pero ella,
¿a dónde iba a ir con cincuenta y tantos? Si se hubiera marchado
a Bilbao igual hoy la teníamos en la Tele como al Arguiñano...
Así que con este curriculum,
¿cómo voy a saber yo quién degolló a la Angelita? Si sólo pensarlo
se me pone la carne de gallina, toque, toque usté señoría, que
aunque tengo la piel acostumbrada al calor del horno, aún se me
erizan los pelillos con estos sofocones ...
Le repito señor juez
que no sé a qué viene todo esto, que lo que tenía que decir ya
lo dije y todo lo que yo sabía ya lo tendrá bien apuntado su escribiente
en sus papeles. Que le juro que lo dicho es toda la verdad que
yo le puedo contar, sin poner ni quitar ni una coma.
Por eso le digo yo
a su señoría que no sé a qué viene ahora que me pregunte que dónde
estaba yo aquel día o que si conocía la casa de la Angelita ...
De acuerdo, señor juez,
usté gana. Sí que conocía y bien la casa de la Angelita pero es
que cuando uno es muy hombre no sé que tiene de malo frecuentar
la casa de una mujer porque eso, que yo sepa, no es faltar a nadie.
Mire usté, no se lo dije antes porque no venía a cuento y porque
callar la verdad no es mentir, pero si usté me lo pregunta ahora
así, tan a bocajarro y con el juramento por medio, le diré que
sí, que en más de una ocasión estuve en su casa y seguramente
también aquel día porque, aunque no me recuerdo de las fechas
exactas, sé que por aquel entonces coincidimos bastante. Pero
sepa su señoría que de visitar a una mujer a degollarla va como
de la noche al día y que yo le juro a su señoría que ni un pelo
le toqué, bueno, quiero decir con violencia porque de lo otro,
si usté me lo permite, prefiero no hablar, usté como hombre ya
me entiende ...
Que sí, que lleva usté
razón..., después de lo dicho, ¿cómo le voy a negar a su señoría
que mis huellas aparezcan en su cama, o en su cuarto de baño,
o en su cuerpo, o, si usté me apura, en aquellos platos de perdiz
escabechada que dice que quedaron a medias en la cocina?, porque,
ahora que recuerdo, sí es cierto que por aquel entonces me preparó
una perdiz divina en un par de ocasiones ... pero de eso a que
yo sepa algo de su muerte, ¡por mis hijos se lo juro señor juez!,
que no es lo mismo andar con una mujer que ser un criminal ...
Y yo qué sé de todo
eso. ¡Pregúntele usté al Agustín Morales! ¿Ya le han preguntado
al Agustín Morales lo mismo que a mí? Mire su señoría que por
aquel entonces el Agustín hacía guardia en los mismos cuarteles
que yo y pernoctaba en las mismas garitas ... que le quiero decir
a usté que si yo andaba con la Angelita, él no paraba muy lejos,
que a saber si yo no me comía las perdices escabechadas que él
dejaba, que en más de una ocasión me lo encontré en el portal
yo subiendo y él bajando, y en la fregadera de la Angelita restos
de platos y en su cenicero una Faria y ella no fuma, quiero decir,
no fumaba ...
¿Y qué me dice su señoría,
que el Agustín andaba por aquellas fechas en el Solymar de Benidorm?
¿Desde cuándo ha visto usté que el Agustín se apunte a los viajes
del Inserso?
No me venga con leches
señor juez, si usté tiene que cumplir con su trabajo pues cumpla
y punto, y detenga a cualquiera para que su expediente no tenga
mancha y le saquen en la tele como al Garzón. Que a mí no me va
a extrañar que lo mismo le dé jota que fandango, enchironar a
un asesino o a un desgraciado como yo. Pero no me pida usté que
diga cosas que no son, que en vez de hacerme hablar más le valdría
mirarme a la cara y que me dijese a cuántos asesinos ha visto
con estas ojeras su señoría. Si tiene que cumplir con su trabajo
pues cumpla y punto, que a mí lo mismo se me da. ¿Qué voy a hacer
yo por la calle sin la Angelita?
Y el Agustín en Benidorm,
a quién va a engañar este cabrón ...
¡Qué voy a saber yo,
señor juez, qué voy a saber yo. Sólo puedo decirle que era una
bendita, una santa y, ¿cómo quiere que sepa yo quién degüella
a los santos? Si nunca se metió con nadie, de sus fogones a sus
misas, de sus sartenes al rosario y de su casita al trabajo, ¿cómo
voy a saber yo, señor juez, cómo voy a saber?
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