0695 4 Enero 2002
 
 
 
Secciones
Para Opinar
Para Salir
Lo Bueno si Breve
Menú de Noticias
Carta Alcalde
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
"Atrapado en la celda de cristal"

       La pasada semana se entregaron los premios al concurso de narración breve sobre el consumo de alcohol ‘Ve la Vida’. Al mismo concurrieron 54 trabajos correspondientes a 6 centros escolares, siendo la participación a través de las aulas de segundo ciclo de la E.S.O. El trabajo premiado, cuyo título encabeza esta página, correspondió al Aula de 4º de la E.S.O del Colegio San José, Hermanos Maristas, obteniendo un premio de 150.000 pesetas. El segundo premio correspondió al Aula de 4º de la E.S.O. del colegio Paula Montalt por el trabajo ‘Triste pero Alegre’, con un premio de 100.000 pesetas. Asimismo se entregaron cinco accésit con una dotación de 50.000 pesetas para distintas aulas de los colegios San José, Adoratrices y Tomás Mingot.
        A continuación se reproduce el téxto íntegro del relato ganador.


       Tengo quince años, una familia, amigos, metas por cumplir y mucha vida por delante. Pero a tan corta edad, ya tengo una historia que contar. Quizás una historia que no tiene fin, pues su fin tendrá lugar a la vez que dé mi último suspiro; y todavía, espero que me falte mucho por llegar a ese día. Vivo permanentemente en La Tierra, en el continente Europeo, más concretamente en España y exactamente en la provincia de Logroño, La Rioja. Digo todos estos datos porque en este mundo los datos son importantes, y además se pueden facilitar. No como en mi otro mundo. Allí el tiempo golpeaba incesable pero nunca sabías cuánto. Allí no había lugares, todo era igual. Allí lo único que me acompañaba era mi soledad, mis pensamientos, mis deseos... No había nada más.
        Sí, mi otro mundo. Aunque espero no volver a verlo nunca. Antes vivía allí, sólo, sin ninguna orientación, ni camino, iba a donde me llevara el mar. Ese mar, bueno que tampoco sé si era un mar, un lago, una laguna o simplemente un charco. Ya que nunca divisé donde acababa; miento, vi sus orillas una vez. Creo que debería empezar a explicarme, pero es difícil buscar un principio...
        Recuerdo una imagen. Mis amigos y yo. Llevaba un vaso en la mano, fuertemente agarrado, como si fuera un trofeo de orgullo. Algo por lo que podía sentirme superior a los demás. Un vaso lleno de kalimotxo. Tiene gracia que algo tan insignificante hiciera sentirme tan seguro de mí mismo. Del Kalimotxo pasamos a cosas más fuertes y a beber mayores cantidades. Pero lo hacíamos poco a poco, casi sin darnos cuenta.
        Ya no puedo recordar cuándo fue la primera vez que abandoné la realidad, sólo recuerdo lo que pasó, vagamente. Cerré los ojos y sentí caer al vacío. Los abrí. Estaba en medio de lo que parecía ser un mar. Rodeado de los mismos de antes. Ninguno decíamos nada del extraño lugar, simplemente nos reíamos unos de otros. Discutíamos porque, a cada uno, un trago de ahora, nuestro mar nos sabía distinto. Para unos era tequila con limón, para otros vodka con naranja, para los otros cuarenta y tres con lima... Creo que pasamos horas nadando, riendo, discutiendo, antes de que prestara atención al paraje en donde me encontraba. Era un vaso.
        Nos encontrábamos en el interior de un vaso medio lleno. En el que unos muros de cristal infranqueables por lo altos y gruesos que eran, nos tenían encerrados. Me acerqué a una de las paredes limítrofes e intenté mirar a través del cristal. Veía formas de personas, colores, flashes... pero todo estaba mezclado, borroso, como si las siluetas se movieran a toda velocidad revolviéndose entre ellas, como en una pintura abstracta. No lograba distinguir nada. Parecía ser la discoteca pero estaba tan difuminado todo...
        Empecé a inquietarme. Creo que los demás también. Ya no reíamos, ni discutíamos, ni nadábamos. Eso no era nadar. Era patalear, golpear el agua, atravesarla. Pero se defendía. Nos golpeaba con olas tremendas que provenían del choque con los cristales, y nos ahogaba. La gente vomitaba, y cada vez que alguien lo hacía pataleábamos, gritábamos, llorábamos… Estaba angustiado, me ahogaba. Las olas eran cada vez más y mayores. Ese líquido ya no sabía bien. Era de un olor cada vez más putrefacto, y su olor por desgracia lo acompañaba. Me encontraba desesperado. ¡Una salida! ¡Por favor, sacadme de aquí!, gritaba entre sollozos e intentaba agarrarme a los muros. Pero era imposible. Resbalaban… Pasó el tiempo. Descubrí que en lo alto, en lo más alto de los muros se encontraban mis conocidos, otros amigos y Juan. Juan es mi mejor amigo. Más tarde y en un lugar un tanto oscuro, logré distinguir el perfil de mis padres, pero era raro. Parecían estar dándome la espalda, como si no me vieran o no me quisieran ver. Me imaginaba sus rostros, con una mirada fría, penetrando en el horizonte como penetran los primeros rayos de luz en la mañana. Me pregunto si me llevarían observando todo el tiempo.
        El vaso se hacía día a día más grande, más ancho. Ya no nadaba, simplemente me quedaba flotando. Al levantarme de mi letargo descubrí que me encontraba solo. Ya no tenía a ningún amigo conmigo. Quizás estuvieran a la deriva, como yo. Quizás se habrían ahogado. Quizás consiguieron salir del vaso, aunque me pareció la idea menos probable. Pues aquella cárcel mental se adueñaba de todo pensamiento alegre, de todo entusiasmo, de todo recuerdo inolvidable y lo tornaba lastimoso, oscuro e inolvidablemente doloroso. Mientras imaginaba qué sería de ellos, chocó contra mí algo frío. Era un hielo. Decidí subirme a él para descansar pero tras numerosos intentos me fue imposible. Al subirme en él, se hundía y me volvía a dejar en la asquerosa charca de la que intentaba salir. Desistí en mis intentos.
        Pasó una eternidad hasta que encontré un "bote" resistente. Una rodaja de naranja. Me subí a ella e ilusionado contemplé mi alrededor. A los lados oscuridad, ni siquiera lograba ver los muros, no, ya no. En el cielo, negra oscuridad también. Pensé que o el vaso medio vacío se había consumido o yo había menguado. Después de largo rato me vino a la cabeza la siguiente idea: ¿cómo había caído la rodaja? Igual ya estaba ahí, antes que yo. Igual la habían arrojado desde lo alto como si de un salvavidas se tratara, quizás mis padres me esperaban allí arriba. Igual la rodaja la había formado yo a través de las cosas que me motivan: el deporte, los estudios, mis amigos, mi familia… Fuera como fuese, el caso es que había logrado salir del contacto con ese líquido podrido, que cada vez odiaba más. Al que despreciaba. Lo miraba con odio, con recelo. Deseaba metérmelo a la boca por el bello placer de escupirlo hasta la última gota.
        Tuve otros pensamientos. La verdad es que en aquel lugar tenía tiempo para pensar mucho. Pensé que quizás mis amigos se encontraban cada uno en su propio vaso. Atrapados entre los muros de cristal con sus miedos, sus ideas, pensamientos, inquietudes, es decir, con todo lo que llevaban dentro de sí. Puesto que se encontraban solos; ¡intentando sobrevivir!
        Todos menos Juan, mi mejor amigo. Lo recordaba diciéndome que no bebiera, que soltara el vaso. Recordaba cómo yo le contaba que no se preocupara tanto, que sabía lo que estaba haciendo, que yo controlaba… Lágrimas caían de mis apagados ojos. Lágrimas de culpabilidad, lágrimas pecadoras, lágrimas que todavía me emborronaban más la visión. Me sentía estúpido, humillado, insignificante, como un tonto. Me encontraba preso gracias a mi propia voluntad. Me encontraba solo porque yo lo había querido. Pero debía sobrevivir. Ser fuerte, luchar, no me podía quedar ahí, no podía dejar que esa asquerosa charca nauseabunda formara parte de mi vida. ¡No, no podía, no debía permitirlo... ! Me dolía la cabeza...
        Desperté. No quería abrir los ojos. No quería, porque al mantenerlos cerrados todavía existía la posibilidad de que todo hubiera sido una pesadilla de la que acababa de despertar. Debí perder el conocimiento durante largo rato debido a la emoción y agitación que había sufrido. Me encontraba triste, cansado, cada vez más deprimido. Decidí probar a abrir los ojos. Hice como si me despejara, como hago cada mañana al levantarme de la cama día tras día, pero no. Allí seguía prisionero en mi celda de cristal. Me sentía abandonado como un perro a su suerte. Me faltaban las fuerzas. Pero cual fue mi sorpresa al ver que me encontraba pegado al infranqueable muro. Ya no estaba a la deriva, y para mayor júbilo, el borde del vaso se encontraba tan sólo a dos palmos de mis manos totalmente estiradas.
       
        ¿Cómo había crecido tanto el nivel del mar? No lo sabía. Ni lo sabré nunca. Recapacité, no podía saltar. Era demasiado peligroso. ¿Y si no llegaba a agarrarme al borde y caía a la horrenda charca? ¿Y sí al caer hacía que mí bote naufragara alejándose del muro? No tendría otra oportunidad así... Además aunque lograra agarrarme al muro no tendría las fuerzas suficientes para saltarlo. Me encontraba débil. Necesitaba ayuda. Sólo una mano amiga que desde fuera me auxiliara. Sólo eso. No era mucho pedir. Grité de angustia, pues me encontraba en una soledad absoluta. Pregunté con voz en grito al cada vez más silencioso vacío:
       
        ¡¿Hay alguien?!
        ¡¿Alguien puede oírme?!
        ¡Sabes quién soy! ¡Ayúdame!
        ¡No me des la espalda! ¡No cierres los ojos a la cruda realidad!
        ¡Sólo dame la mano! Sólo dadme la mano...
       
        Recibí mi respuesta. El sonido de las aguas chocando contra el muro y tras él, figuras borrosas de ciegos. Miles de ciegos que miraban por primera vez a través del cristal, a su interior. Pero entre tantas y tantas personas vislumbré tres siluetas de ojos puros. No existía duda alguna, eran Juan y mis padres. Mi madre se subió en los hombros de mi padre, ayudada de la mano de Juan, y estirando las manos me dijo:
       
        “Dos manos valen más que una. Cógelas. No estás sólo. Ya pasó todo. Ya podemos irnos a casa. No sabes cuánto tiempo te llevamos esperando”.

 

 

©Ayuntamiento de Logroño. Periodico Digital: DE BUENA FUENTE 2002