El parque del Ebro y su relación con el patrimonio histórico logroñés
En esencia, la colina de Valbuena constituye un pequeño cabezo de grava que forma parte de la terraza fluvial del Ebro. Su potente masa de calicanto se yergue sobre la extensa llanura aluvial conformada por los aportes de la muy ramificada desembocadura del río Iregua. Dos de esos afluentes delimitan la colina por oriente y poniente ayudando a definir un nítido perfil orográfico que, con el paso del tiempo, ha quedado enmascarado por los sucesivos procesos de urbanización de este sector periférico del solar histórico logroñés.
En la actualidad, sobre esta profunda lengua de arena se desarrolla el Parque del Ebro, un casi natural pulmón verde de alrededor de 150.000 m2 que conserva algunas de las especies arbóreas propias de los sotos de ribera: chopos, sauces, abedules y fresnos. Inaugurado en el año 1993, la regeneración e incorporación a la ciudad de los antiguos terrenos del río consiguió hacer olvidar los despojos constructivos asociados a un deteriorado hábitat suburbial, a las antiguas instalaciones industriales, lavaderos, escombreras… Bien puede decirse que fue el impacto social propiciado por esta regeneración urbana el verdadero origen del proyecto patrimonial movilizado en el PERI Excuevas-Cuarteles y, como consecuencia, de los estudios arqueológicos iniciados en el Convento de Valbuena, Cubo de Revellín, recintos amurallados de los siglos XVI y XIX, Camino de Santiago o Palacio de la Inquisición. En cierto modo, el Parque del Ebro y el principal reservorio de la arqueología de ciudad no sólo cohabitan en un espacio común. Desde muchos puntos de vista, no se entienden el uno sin el otro.