Tras el crecimiento denso y poco dotado de los años sesenta del pasado siglo, se hicieron esfuerzos para corregir la situación, aumentando el nivel de dotaciones en todas las zonas y disminuyendo la densidad de vivienda. Se pretendió no obstante mantener las ventajas que proporciona un modelo concentrado, como la accesibilidad peatonal. Por ello en el crecimiento se intentó compensar la tendencia hacia el sur, planteando sectores residenciales en otras direcciones. El Ebro cobró un nuevo protagonismo como eje verde, complementado por otros parques, como San Miguel o La Grajera. Se  recondujo la industria a la zona más adecuada, el este, sustituyéndola por vivienda en los antiguos polígonos. Los retos siguientes fueron la superación de las barreras formadas por el ferrocarril y el Ebro, con el soterramiento de la estación y el crecimiento residencial en la orilla izquierda.

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